la fuga de L’Alliance

Después de 6 años de reconstrucción del barco y preparativos, por fin llegó el día de zarpar, y casi no me lo podía creer. Todo lo que había planteado, todo lo que había soñado, acabó siendo muy diferente. Ni fiestas de despedida, ni pinchar música toda la noche en la playa, ni visitas al barco, ni aperitivos con los colegas, ni videos con la GoPro o con el drone; sino una fuga, por la noche, a la francesa.  En el muelle, a despedirnos, sólo 3 amigos del puerto, los íntimos que viven en sus barcos aquí en Port Ginesta. No hice ni siquiera la pintada que quería dedicar a ese pringado de Rodrigo (el capitán de Port Ginesta): “más vale grumete de mar que capitán de puerto” le iba a escribir con mi rotulador en el escaparate de la estación meteorológica de capitanía.

En los últimos dos meses, todo había cambiado convulsamente.  El barco estaba listo, pero de repente, por razones personales, se había evaporado buena parte del sueño y todo el encanto del despegar hacia nuevos horizontes. La gran partencia triunfal se había transformando en un “pírate de aquí de una puta vez”.

Con este espíritu, la noche del 2 de abril, soltamos amarras para empezar el viaje de sólo ida que tanto habíamos imaginado. Más que el comienzo de un viaje, para mí sería el estreno de una nueva manera de vivir, más bien nómada, con el baricentro ya no en tierra sino en la mar.

Además de mi socio Rocky, me acompañan dos tripulantes más: el grumete Robi (ya bastante entrenado tras el viaje por Grecia) y la simpática Marcella, una amiga histórica de Rocky, que nunca había navegado en su vida.

La primera escala fue el puerto de St. Antoni en Ibiza, donde nos encontramos con nuestro amigo Faber (navegante punk) y con la Tatí de la Cofradía de Navegantes Anarquistas -que, al ser justo su cumple, vino a bordo con amigos y cervezas para una cena piratesca y entretenida.

Tras dos noches pasadas en St. Antoni, empezó el viento ideal que anunciaban los GRIBs, él que nos permitiría bajar hasta Cádiz sin escalas y sin tener que encender el motor. Así que recorrimos alegremente las 400 millas que nos separaban de Gibraltar, en menos de 4 días de viento por la aleta, viendo delfines a punta pala y hasta calderones. Probamos varias configuraciones de velas, incluso lo spinnaker y el génova reciclados, y pudimos apreciar la utilidad del tangón que armé la última semana en Barcelona, indispensable para vientos portantes. También tuvimos las primeras incidencias materiales: el enrollador se volvió a quedar clavado (lo habíamos arreglado en septiembre) y la contra rígida que había comprado de ocasión se partió… Por otro lado, tuvimos también grandes satisfacciones: haber invertido en un sistema AIS receptor/emisor, por ejemplo, fue un acierto… es una tecnología que te quita un montón de paranoias, y te puede salvar la vida, especialmente en lugares muy concurridos como el estrecho.

La noche del 8 de abril, al acercarnos a Gibraltar, volvimos a tener cobertura en el móvil, y aprovechamos para descargar nuevamente el meteo: los ficheros GRIB daban vientos de hasta 28 nudos de empopada al pasar el estrecho, por lo tanto decidimos reducir trapo y tirar hacia Cádiz aprovechando nuestra buena racha hasta al final. Sin embargo, al amanecer, ya teníamos 35 nudos y seguía aumentando (tanto el viento como el oleaje): pero ya no había vuelta atrás posible. Nos alejamos de la costa para salvar los bajos de Trafalgar, mientras el viento se establecía a 45 nudos con ráfagas de hasta 52. Surfeábamos a velocidades improbables para nuestro barco, tipo 10/11 nudos (¡la tablet registró un record de 13.3!) sólo con la mayor completamente arrizada. Menos mal que nuestro amigo Mauro había acabado de cosernos e instalarnos las líneas de vida, porque a partir de allí las estuvimos aprovechando… Al mediodía, pasado Trafalgar, nos atrevimos a trasluchar, pero la escota de la mayor se pilló en una de las tablas de surf y la partió. No tuvimos el tiempo de lamentar esta perdida, que la rueda del timón se destornilló, y por un momento perdí el gobierno del barco. Mientras enganchaba la caña de respeto, una ola nos hizo trasluchar, y la violencia del viento hizo que se rompiera el grillete que aguantaba la retenida de la botavara, que por lo tanto pasó fulminantemente al otro costado  y por el impacto se partió . De repente nos encontrábamos entre olas de 5 metros, con una caña de respeto a duras penas manejable, y la botavara partida que colgaba de la mayor, dando golpes incontrolados y haciéndola tiritas. Até la caña a sotavento y fui a ayudar a Rocky que trataba de impedir que la botavara reventara también los metacrilados de nuestra superestructura, cortamos los rizos, el pajarín y el puño de amura de la mayor, que se puso en bandera tirando desde tope de palo, luego corté también la driza y la vela voló en el cielo con la ligereza de un espi. Atamos la botavara en cubierta, y acto seguido me fui a echar dos estachas de 60 metros por la proa, una atada a un cubo, otra a una garrafa de diesel vacía. Con L’Alliance a la capa a palo seco (literalmente, jeje) nos quedábamos atravesados a la mar, pero derivando a 2 nudos los remolinos que hacíamos evitaban que las olas nos rompieran encima, por lo menos en la mayoría de las ocasiones. En el interior era difícil aguantarse de pié, porque el barco se movía tremendamente, pero nuestros tripulantes disimulaban bien el susto y nadie se animó ni a vomitar. Mientras tanto habíamos tenido también que atar la eólica, que con ese viento estaba girando como loca a pesar del freno electrónico, y había recalentado el regulador hasta al punto que temíamos que prendiera fuego. Y lo último que nos faltaba ahora era un incendio… Nos quedamos a la capa 8 horas, tratando de descansar, reorganizando la cubierta, arreglando la rueda del timón y planteándonos cómo salir de allí. Lanzamos un Pan Pan a través de un barco mercante: el segundo Pan Pan de mi vida, y otra vez en Trafalgar!!! vaya coincidencia! Sin embargo, esta vez, no tuvimos que solicitar auxilio, sino que simplemente informamos Tarifa Tráfico de nuestra posición y de nuestras averías. También pedimos información meteorológica más detallada, y nos enteramos que el viento iba a seguir por lo menos 24h más… A medianoche, notando que los choques de las olas en el casco se hacían cada vez más fuertes, nos cansamos de estar allí encajando golpes y decidimos tirar por la calle de en medio: arrancamos el motor y nos aproamos a las olas, rumbo Cádiz.

El resto de la noche lo pasamos subiendo y bajando de las olas como montañas rusas, Rocky y yo alternándonos al timón, pillando rociones que parecían más bién latigazos, como si te dieran en la cara con una Kärcher. Por suerte el motor hizo bien su trabajo, y poco a poco salimos de la zona de más fuerza del temporal. Llegamos a Cádiz y fondeamos en la caleta a las 10 de la mañana, después de 5 días de navegación (las últimas 36 horas sin dormir).

No pude evitar de comparar este viaje BCN-Cádiz con el que había hecho en 2010 con la Sylphide: en aquella época, costeando y reparando averías, había tardado casi un mes; mientras que con L’Alliance recorrimos la misma distancia en una semana. Pero en ambos casos al llegar a Trafalgar el mar nos dió una buena bofetada.

Fue mi primera vez en un fuerza 9, y para Rocky también, pero a pesar de los errores que hubiéramos podido evitar (poner una tuerca autoblocante a la rueda del timón estaba en nuestra lista de cosas por hacer, pero se nos transpapeló…) en realidad estábamos contentos de que nadie se hubiese hecho daño, y de como supimos salir de eso dignamente. Fue una experiencia muy interesante, porque nos permitió descubrir todos los puntos débiles de nuestra jarcia de labor, aunque la jugada nos acabó saliendo bastante cara. Un buen test para el barco también, que se reveló un verdadero tanque del mar.

Sin embargo, una vez pasada la adrenalina, quedó un poco de bajón por ver nuestro querido barco mutilado y machcado… El Océano, a su manera, nos dio el toque desde el principio: si lo que queréis es viajar por los mares, sobretodo en una época en que el cambio climático hace que los fenómenos metereológicos sean cada vez menos previsibles, hay que ir bien preparados.

(Singladura del viaje: 620 millas)

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