5 meses por el Caribe

El 7 de marzo volé a Curaçao, Antillas Holandesas, donde L’Alliance me estaba esperando en varadero. Por primera vez estaba a solas con ella, y durante dos semanas me dediqué al carenaje y a los preparativos necesarios para devolverla a su elemento natural. Fueron dos semanas bastante duras y de gran reflexión: el proyecto colectivo, por varias razones, se había por así decir ido a la mierda, y me encontraba solo a ocuparme del mantenimiento de un barco de acero de casi 50 pies… Aunque mi socio siempre estuviera virtualmente presente por cualquier consulta, y económicamente solvente, la esclavitud de tener semejante barco se me manifestaba más que nunca.

Fue allí que empecé a madurar la idea de vender lo que ha sido el barco de mis sueños, el velero que estuvimos reconstruyendo durante 6 años, y que encarna el sacrificio y la dedicación de muchas manos y largos meses de trabajo. Puse un anuncio, pero aún sin convicción, y un precio mucho más alto del valor de mercado (y sin embargo mucho más bajo de lo que nos costó). Aún así me contactaron un par de personas interesadas, y mil dudas me agredieron como una fiebre.
Naturalmente vender un barco no es tan simple como eso, y por lo tanto el 20 de marzo L’Alliance volvió al agua y zarpé por nuevas aventuras.

Los primeros 20 días navegué con un colega entre Curaçao y Bonaire. Era la primera vez que llevaba L’Alliance con tripulación tan reducida (de a dos) y la verdad es que enseguida se me pasaron todas las ansias y me entusiasmé al ver que yo y Sergi hacíamos super buen equipo. Nos la pasamos genial, nuestro lugar favorito siendo con diferencia la islita de Klein Curaçao, un pequeño paraiso de arena, coral, mucha fauna marina y alisios constantes. La isla está prácticamente deshabitada pero tiene en su centro un magnífico faro. Por la mañana, antes de que lleguen los barcos de turistas, bajábamos nadando con las tortugas hasta la playa, para hacer yoga. A las 3 de la tarde todos los barcos de charter se marchaban, y la isla volvía a ser enteramente nuestra… Allí Sergi me inició a la pesca con harpón, la menos infame de todas las artes de pesca. Sin embargo es muy difícil para mi apretar un gatillo… así que me conformé con hacer tesoro de sus enseñanzas por si un día el hambre y la necesitad fueran más fuertes de mis escrúpulos conservacionistas.

También me inicié al buceo, sacándome el Open Water en Go West Diving, un centro PADI que se encuentra en la maravillosa Kalki beach, en el extremo oeste de Curaçao. Los spots que visité en mis primeros 7 buceos son tan espectaculares (uno se llama Alice en Wonderland, para daros una idea…) que temo haber puesto el listón muy alto, y que mis siguientes inmersiones serán decepcionantes si comparadas con tanta riqueza de corales y de peces tropicales. Lo bueno de este centro, además, fue que pude amarrar L’Alliance a una boya justo en frente, y el último día yo y Sergi pudimos a bucear directamente desde el barco! Qué satisfacción…

Después de otra relajante semana estando solo en el barco, empezaron a llegar los nuevos tripulantes que había enrolado para llevarlo desde ABC Islands hasta a Panamá.
La palma del mejor fichaje esta vez se la lleva mi colega Sophie, que además de haberse familiarizado muy rápidamente con las maniobras en cubierta, también sacó fotos muy buenas con su pepino de cámara.
Empezamos con dar unas vueltas por Curaçao, en los fondeaderos que ya me eran familiares, y luego nos movimos hacia Aruba. Allí estuvimos solo un par de noches, ya que nos pareció muy turística y cara, y habiendo decidido saltar la escala en Colombia* zarpamos directamente rumbo a Linton Bay, Panamá.
Trás 5 días de rápida travesía con vientos portantes sostenidos, aterrizamos en el fondeadero donde había quedado con mi amigo Requena.

En pocos días tramitamos el papeleo de entrada, visitamos Portobelo, simpatizamos con los monos de la isla Linton, y conocimos a los cofrades cuyas anclas se han aficionado a los fondos de este esfínter del Atlántico que es Panamá. Requena me regaló la preciosa guía Bahuaus con toda la cartografía detallada de las aguas panameñas, gracias a la cual pudimos zarpar para ir a visitar San Blas sin tanta ansia de embarrancar.

En Kuna Yala nos quedamos 10 días, moviéndonos de isla en isla, desde Callos Holandeses a Río Diablo, pasando por isla Tigre, isla Perro, Coco Banderos, Narganá y Tikantiki. Conocimos unos jovenes Kunas en Acuakargana que nos invitaron a una ceremonia en Soledad Miria, dónde el Saila nos hizo tomar la Chica fuerte. La primera impresión de estas islas de ensueño fue fantástica: arena blanca y palmeras de postal, cabañas de caña con techos de ojas de palma donde residen los indígenas Kuna, que gracias a la revolución del febrero de 1925 ha podido mantener la soberanía sobre sus tierras y aguas, quedándose muy apegada a sus tradiciones. Ironías de la vida, la bandera revolucionaria Kuna es igual a la bandera española, pero con al centro una svastika!


Único purgatorio en este entorno paradisiaco fueron las tremendas chitras, unos mini mosquitos que atacan en grupo y te dejan rascándote como un leproso.

Otra vez mi aleatoria tripulación se despidió de L’Alliance, y me quedé felizmente solo a bordo, pero bien acompañado por toda la peña de Linton: además de Requena, Toni del velero Virot, los argentinos Diego y Chune, toda la chusma de jóvenes gabachos (la mítica Tiffaine, Émilien el rigger y su socio Émile, Fabien el mecánico acordeonista, y la pareja del velero Basta que viaja haciendo documentales…) sólo faltaba la Margaret, que justo se acababa de ir a trabajar de guardaparques en Alaska, dejando su Drummer fondeado sobre 2 anclas.

Lamentablemente era temporada de lluvias, y las precipitaciones se concadenaban sin parar. Sin embargo fui dos veces más hasta Kuna Yala, que de verdad es un arcipélago inacabable, una vez con Rocky y Francesca, y otra con Marina y Elenita. A finales de julio, nos movimos hasta a Bocas del Toro: una ruta muy cansina, en contra del viento y la corriente, pero teníamos que llevar el barco hasta allí para poderlo dejar en varadero. Además Bocas Town, a pesar de ser una especie de Ibiza panameña, se reveló ser un lugar muy interesante y pintoresco. Allí aproveché para sacarme el “Advanced” de buceo, mientras desaparejábamos el barco para dejarlo en seco.

Durante estos 5 meses por el Caribe sentí crecer mi intimidad con el entorno marino… por un lado el snorkeling, la apnea y los cursos de buceo me desvelaron el abanico de vida submarina que sólo conocía por las fotos y los libros: corales, anémonas, estrellas de mar, caballitos de mar, peces de todo tipo y color, cambombia, langostas y centollos, tortugas (no es lo mismo nadar con tortugas en su habitat que verlas en una pecera del CRAM!) y por supuesto rayas y tiburones. Por otro lado también las aves marinas empezaron a ser más variadas respeto a mis anteriores experiencias: allí casi no se ven gaviotas, sino majestuosas tijeretas, pelícanos, bobas, y muchas especies más.

Navegar por islas tropicales me acercó también a lo que por años estuve leyendo en tantos libros de navegantes: finalmente pude ver como se trabaja la copra y cómo es el árbol del pan, pilotar mi barco en un pasaje entre arrecifes de coral, y fondear en frente de arena blanca y palmeras. Hasta los monos, los he visto por primera vez en esta ocasión (cada vez que pasé por Gibraltar me dio pereza subir arriba de ese monte…). En la era de los vuelos low-cost, estoy contento de haber salido por primera vez de €uropa cruzando el océano con mi barco, porque todo lo que fui descubriendo tuvo para mi ese valor añadido.

La cultura caribeña actual, sin embargo, no me entusiasmó… sobretodo por la falta de variedad gastronómica y la omnipresencia de dos tremendos cánceres de la sociedad: la iglesia y el reggaetón. Porque en cinco meses no escuché por las radios ni un tema de Rubén Blades, o Willy Colón, ni de Juan Luís Guerra, y ni siquiera de la Calle 13: Osuna y compañía monopolizaban los altavoces desde el campo a la ciudad.

Pero lo más descorazonador fue ver la ausencia total de conciencia ecológica: ni los Kunas, ni los caribeños en general tienen la mínima consideración para su entorno, siendo el mar generalmente considerado un basurero, incluso para pilas y baterías. Animales selváticos como los monos son a menudo enjaulados como “decoración” del hogar, y muchas especies protegidas y a riesgo de extinción (desde las tortugas hasta al gran caracol de mar dicho cambombia) son pescadas cotidianamente y constituyen parte integrante de la dieta local.

* Fue una pena no pasar por Santa Marta y Cartagena de Indias, pero la entrada en Colombia via mar cuesta 300$ para el buque + 100$ por cada tripulante, y solo se amortiza quedándose muchos meses. Además son zonas donde los alisios son acelerados por la orografía de la región, resultando a menudo en vientos fuerza 8 y oleaje bastante agresivo.

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