Gracias a la atrevida decisión de mi amado socio (anti)capitalista, que abrazó el proyecto corriendo con la mitad de los gastos, se acababan de alinear los astros para la realización de un viejo sueño: nuestro nuevo barco sería finalmente un barco nuevo. Después de tantas rutas a cuatro nudos, de tantas velas recicladas en las basuras de los puertos, de tantas escalas dedicadas exclusivamente a reparaciones, y tras la experiencia de 6 años de duro trabajo para resuscitar a l’Alliance, por fin se asoma al horizonte un 40 pies de luciente aluminio, diseñado para ser nuestro barco ideal. No voy a adelantar detalles, pues para eso ya habrá tiempo cuando el barco esté terminado, probablemente de aquí a tres años. Además con la conjuntura global de caos sanitario, contracción económica y agotamiento de las materias primas, este proyecto podría sufrir retrasos y sobrecostes, con lo cual no pienso dar nada por asumido hasta verle realmente a flote. Justo remarcar que había estado en contacto con ese astillero desde el 2018, acariciando el sueño de un barco custom sin saber realmente con cuales recursos permitírmelo, y que tras decenas o incluso centenares de e-mails para determinar los detalles de la construcción, el 29 de abril 2021 firmamos un contracto para la realización del casco, justo un par de días antes de mi cumpleaños número cuarenta y dos. El plan es que cuando los trabajos de soldadura estén ultimados, iré a ocuparme personalmente de las instalaciones…
Al mismo tiempo, tras ocho meses en Flores, organizamos un viaje a Barcelona para ver a familiares y amigos, recuperar mis herramientas y empezar la complicada mudanza hacia nuestro nuevo hogar isleño. Durante la escala de 24h en Faial, no pudimos evitar de ir a cotillear por el puerto, un lugar emblemático donde recalan casi todos los veleros que cruzan el Atlántico hacia €uropa.
Aunque la marina de Horta ya me era familiar por haber estado allí varias semanas con l’Alliance, se me hacía raro curiosear por los muelles habiendo llegado en avión. Sin embargo no tardamos en entablar amistad con un simpático skipper azoriano, André, y su compañera Rita, que estaban preparando el barco para la temporada de charter (https://sailzen.net/). Su bonito velero de aluminio es un one-off construido para un armador suizo que cuidó hasta al último detalle, y estuvo navegando con él durante media vida. Cuando falleció, el barco se encontraba en el marina de Horta, y André tuvo la suerte de poderlo comprar a los herederos por un precio muy conveniente.
Amarrado a pocos metros de allí, estaba otro impresionante one-off de aluminio (ahora solo tengo ojos para este tipo de barcos! jajaja): un auténtico tanque de guerra de los mares, el Kiwi Roa. André me contó que el hombre que vive a bordo se llama Peter Smith, ha construido con sus propias manos ese barco hace ya casi 30 años, y desde entonces no para de navegar en solitario por todas las latitudes. Con 72 tacos, acaba de pegarse el pasaje del NW de Oeste a Este, y es el único barco en haberlo conseguido este año. Por asomo, ese lobo de mar neozelandés es nada menos que el inventor/diseñador de las anclas Rocna!! Lamentablemente Peter no estaba “en casa”, así que perdimos la ocasión de conocernos en persona. Pero André sacó una foto de la Rocna que llevo tatuada, diciendo que al hombre le haría mucha ilusión verlo.
Una semana después, estaba en Barcelona festejando mi cumple con la familia en un restaurante vegetariano, y me suena el móvil. Pensaba que sería una de las llamadas rituales de felicitaciones qe suelen caer ese día, pero me hablan en inglés… Es Peter! Me cuenta que André le ha enseñado la foto de mi tatuaje, y quería conocerme aunque sea por teléfono. Sabiendo que me voy a construir un nuevo barco, me quiere poner en contacto con el fabricante de Rocna para que me haga un descuento del 50%! Eso sí que fue un regalazo de cumpleaños, no tanto por la oferta, sino la llamada en sí, una sorpresa absolutamente inesperada. Además el distribuidor de Rocna para toda la península ibérica estaba justamente por Barcelona, y como André también se sumó a la compra, fui a buscar las 2 anclas personalmente, ahorrándole los onerosos gastos de envío hasta a las Azores. Toda esa anecdota, al fin y al cabo, es un ejemplo más de ayuda mutua entre navegantes, espontánea y sin fronteras.