En vista de la llegada del Tara a la ciudad condal, contacté con el simpático André Abreu de la fundación Tara Expeditions para hecharle un cable como voluntario en la organización de la escala, y aún que al final no le hizo falta, me invitó igualmente a visitar el barco y a conocer la tripulación; también me hizo participar a la mesa redonda sobre residuos microplasticos que se celebraba por la tarde en la Unión por el Mediterráneo. Fue una jornada muy intensa y rica de contenidos interesantes, de los que hablaré en un post dedicado a eso una vez que tenga el tiempo de reorganizar todos mis apuntes. De momento quiero justo relatar la visita en las entrañas de la mítica goeleta.
Lo primero que se nota es que el velero está vivido: casi 30 años de rutas dajan alguna que otra marca tanto por fuera cuanto en las finituras al interior (Tara es clase 1986, como L’Alliance!); A diferencia del Pangaea, que por ser un barco de exploración es bastante pretencioso, Tara se vé un verdadera herramienta de trabajo: sus puertas estancas, las bombonas y las maquinarias scientificas trincadas en cubierta, le confieren ese auténtico estilo Mad Max.
Es la hora de la comida, lo confirma el perfume de las quiches lorraines que la cocinera saca del horno. Los 5 marineros, los 3 scientíficos y los 2 correspondientes se sientan en el carré. Quedo impresionado por la gran biblioteca que ocupa casi todo el lado estribor: para que la tripulación no se aburra en los inviernos árticos!
La cabina laboratorio dispone de aire acondicionado para no estropear las muestras de plancton, ni los ordenadores. El resto del barco, sin embargo, sólo tiene los radiadores para la calefacción, por eso la cúpula de plexiglás, en los climas cálidos, es cubierta de tela blanca.
Tengo ocasión de charlar con Romain Troublé, secretario general de la fundación Tara Expeditions y ex regatista profesional (un pijo de la Americans Cup, vamos…). Aparentemente vino a hacer acto de presencia, y a concordar con los organizadores de la Barcelona World Race el compromiso de los participantes a llevar en sus IMOCA 40Kg de equipos de medición oceanográfica (ph, salinidad, temperatura… que serán monitorados por los scientíficos de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental).
Más interesante aún la charla con Martin Hertau, el capitán. Resulta que se tardan unos veinte minutos en izar todas las velas, así que la misión en el mediteráneo, teniendo que parar en waypoints específicos cada 3 o 4 horas para tomar muestras, se ha llevado a cabo casi exclusivamente a motor… también por culpa del viento inconstante. Al contrario, durante la vuelta al mundo de los años pasados, que preveía “estaciones” una vez cada 3 o 4 días, los motores se usaron relativamente poco. A bordo, toda la tripulación collabora: los scientíficos ayudan a los marineros en las maniobras, mientras los marineros accionan el gran cabrestante para tomar las muestras y ayudan a los scientíficos en sus tareas más pesadas.
En todas las ciudades donde paran, el barco se vuelve un recurso educativo: cada mañana hay clases de chavales que van a visitar el Tara y profundizan sus cogniciones sobre la contaminación del medio marino. También los adultos, por las tardes, pueden visitar la cubierta de la goeleta (adentro no, porque no saría viable y además no cumple con las normativas -no hay salidas de emergencia!) y se les explica los retos de la misión scientífica y las problemáticas a que nos enfrentamos en cuanto a defensa del litoral y del ecosistema mediterráneo.
La misión el en mediteráneo dura desde hace 6 meses, y acabará en Lorient (puerto base del Tara) el 29 de noviembre.
Hasta a hora, de las 260 muestras de agua mediterránea recogidas en surfaz, todas 260 contienen plásticos…
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