de Lisboa a Tenerife con Manu

A finales de noviembre me fui a Lisboa a conocer personalmente Manu Wattecamps, un joven navegante solitario bretón que con 19 añitos se volvió un nómada de los océanos, y ahora que tiene 28 ya es un verdadero lobo de mar. Tiene en su estela el Cabo de Hornos, el río Amazonas, el pasaje del Noroeste, y travesías de casi 2 meses como la que lo llevó hasta a Hong Kong…

Lo había conocido “virtualmente” el año pasado, haciéndole una entevista para el blog de L’Alliance, y desde entonces hemos quedado en contacto, y acabé siendo el editor de su primer libro… En ocasión de la publicación de las primeras copias, me invitó a navegar con él a bordo de su “Céleste” desde Portugal hasta Canarias.

Empezamos con un day sailing desde Cascais hasta Lisboa, para calentar los motores, y al día siguiente zarpamos rumbo a Tenerife. Pero nada más atar los guardines del piloto de viento, se dió cuenta que estaba funcionando mal… identificó la pieza que fallaba, y viendo que no se podía reparar en navegación, optó por recalar en Sesimbra. Allí hicimos una escala de 6 horas, justo el tiempo de hacerle una reparación chapuzera al piloto de viento, y por la noche volvimos a zarpar.

Nos esperaba una semana de navegación bastante animada, con temporales todos los días, vientos frescos y no siempre favorables: se supone que los vientos dominantes a lo largo de esta ruta sean de sector norte, pues nosotros estuvimos de ceñida por la mayor parte del viaje, e incluso tirando bordos contra el Sur-Suroeste! Yo me acordaba de cuando había bajado a Canarias con Alberto, que cada día nos quitábamos una capa de ropa… pues esta vez estuvimos con gorro de lana y traje de agua hasta amarrarnos en el puerto de Sta Cruz de Tenerife! Eso si, a la mañana siguiente nos levantamos ccon un Sol radiante y una calor increíble…


En general fue para mi una gran experiencia de navegación de altura, y sobretodo de vida: compartir este cacho de ruta con Manu me hizo ver como viven los verdaderos aventureros del Océano, en un barco espartano pero sólido, con pocos recursos y ningún lujo, pero con lo esencial para navegar en seguridad. Me acordó bastante mi primera navegación de altura, a bordo del Kirn.

Y sí, a veces fue duro, heché de menos una nevera, un enrollador de genova, una ducha, y me harté de fregar platos directamente por la borda. Me frustraba el piloto de viento, que requería frecuentes ajustes y núnca iba tan recto como lo haría un piloto automático… Sin embargo, al cabo de unos días, le empecé a encontrar el gusto… a entrar en el papel, a ver ese delicado mecanismo que constituye el piloto de viento como un tripulante más, un amigo silencioso, y a percebir algo de esa alianza entre marino y elementos de la que tanto habla Moitessier.

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